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Con Claudio y Tomas JUNTOS PODEMOS MÁS

Acerca del Lenguaje y de Tácticas

Joaquín Arduengo

Hay siempre un particular punto en que las cosas pasan a tener un significado
molesto, a menudo eso sucede cuando se es agredido de una u otra forma. Por ejemplo
el ruido cotidiano de construcciones, automóviles o los gritos de gentes ebrias y
groseras en una noche apacible de descanso, suelen irritarnos por su volúmen.
También existen otras cosas como por ejemplo la gotera de un baño que al principio
no la notamos y que luego se hace también insostenible cuando nos encontramos en
calmado silencio. Débil ella, es su monótona persistencia la que también cumple con
la función de alterar nuestros ya maltratados sistemas nerviosos.
Afortunadamente las construcciones descansan y los andamios se vacian, las calles
abandonan a los autos y estos indifirentes se guardan por tal desaire, los borrachos
pasan, los grifos se cierran y al fin tenemos una cierta tolerancia porque sabemos
que ya sea por nuestra acción o por sus ritmos mecánicos tras ciertos ciclos tenemos
ese espacio que todos anhelamos para estar con nosotros mismos o con las personas
amadas en fugaz sigilo.
Pero hay otros ruidos que no caen en los oídos, sino en el corazón que en su
sencillez late para darnos vida y guardar en el otras emociones. Es la aquella
insistencia de quienes liberan el sarro que cada uno acumula por distintas razones
día a día, sacándolo de su proipio encierro para dejarlo en la habitación íntima de
otros.
Existe entre los sicólogos un término que define una cierta costumbre que tienen los
niños de repetir palabras como "teta", "caca", "chichi", "potó", etc..., con el
ánimo de llamar la atención de los adultos avergonzándolos, enfureciéndolos o
haciéndolos reír. La palabra, latina, se descompone en copro (excrementos) y lalia
(hablar). Por supuesto para quienes ya hemos vivido gran parte de nuestra vida tal
conducta es motivo de gran jolgorio en la propia casa y de vergüenza en presencia de
otros a quienes no hemos tenido aún en la confianza que da la amistad y el
conocimiento.
Por supuesto, las tácticas se modifican a medida que crecemos, sería francamente
risible que siguieramos utilizando la práctica de los niños que comentábamos. No,
eso se modifica peros sigue siendo el mismo mecanismo. Ahora, no hacemos pataletas
en el suelo, sino que pegamos portazos, tampoco decimos garanbatos de niños sino que
los maduramos para hacerlos más hirientes de acuerdo a nuestros propósitos, pero en
definitiva seguimos aferrados a esa viejas prácticas aunque las disfrasemos con
expresiones de cierre que por todos son aceptadas en su verdadera dimensión de
afecto por el otro, porque todos sabemos que no pretenden otra cosa que esconder lo
evidente que ha sido expuesto con dura fijeza para establecerse arriba porque
creemos que abajo están los de abajo y no los de arriba.
Así que tenemos un grande ejemplo en la conducta de algunos respecto de lo que
venimos diciendo, con amable confianza, trayecto de verbo y palabras de afán
cordial. Así las certezas y búsquedas por cierto delicadas y cambiantes se pueden
tranformar en voluntad de encuentro amistoso pétalos de colores finos o filo de
corte espinoso al que debemos acercarnos cautos y atentos.
Por ello y para finalizar esta delicada intervención en el sur lejano de áspera
braveza digo con sincero enfado:
¿Hasta cuando mierda, por la cresta, van a seguir utilizándonos de basurero?

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